viernes, 19 de febrero de 2010

Compartir lo superfluo e incluso lo necesario


«Tengo compasión de la muchedumbre» (Mc 8, 2), dijo Jesús antes de multiplicar los panes para alimentar a quienes le seguían desde hacía tres días para escuchar su palabra. El hambre del cuerpo no es la única que padece la humanidad; tantos de nuestros hermanos y hermanas tienen también hambre y sed de dignidad, de libertad, de justicia, de alimento para su inteligencia y su alma; hay también desiertos para los espíritus y los corazones.

¿Cómo manifestar de un modo concreto nuestra conversión y nuestro espíritu de penitencia en este tiempo de preparación a la Pascua?

En primer lugar, en la medida de nuestras responsabilidades, grandes a veces, no colaborando en cuanto pueda contribuir a causar el hambre –aunque sólo sea de uno de nuestros hermanos y hermanas en humanidad– ya esté cercano o a miles de kilómetros; y, si lo hemos hecho, reparando.

En los países que sufren el hambre y la sed, los cristianos participan en las ayudas urgentes y en las batallas contra las causas de esta catástrofe de las cuales ellos son víctimas como sus compatriotas. Ayudémosles compartiendo lo superfluo e incluso lo necesario: esto es precisamente la práctica del ayuno. Tomemos parte generosamente en las acciones programadas en nuestras Iglesias locales.

Recordemos sin cesar que compartir es entregar a los otros lo que Dios les destina y que nos es confiado.

Dar fraternalmente dejándonos inspirar por el Amor que viene de Dios es contribuir a aliviar el hambre corporal, a nutrir los espíritus y a alegrar los corazones.

«Que todas vuestras obras sean hechas en caridad... Que la gracia del Señor esté con todos vosotros» (1 Cor 16, 14.23).