miércoles, 17 de febrero de 2010

Miércoles de ceniza


"Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu" (Sal 50, 12-13).

Así reza hoy, miércoles de Ceniza, el salmista, el rey David: rey grande y poderoso en Israel, pero a la vez frágil y pecador. La Iglesia, al inicio de estos cuarenta días de preparación para la Pascua, pone sus palabras en labios de todos los que participan en la austera liturgia del miércoles de Ceniza.

"Oh Dios, crea en mí un corazón puro, (...) no me quites tu santo espíritu". Esta invocación resonará en nuestro corazón cuando, dentro de poco, nos acerquemos al altar del Señor para recibir, conforme a una antiquísima tradición, la ceniza sobre nuestra cabeza. Se trata de un gesto de gran significado espiritual, un signo importante de conversión y renovación interior. Es un rito litúrgico sencillo, si se considera en sí mismo, pero muy profundo por el contenido penitencial que entraña: con él la Iglesia recuerda al creyente y pecador su fragilidad frente al mal y, sobre todo, su total dependencia de la majestad infinita de Dios.