martes, 29 de septiembre de 2009

Miguel, Gabriel y Rafael


Hoy se celebra la fiesta de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, príncipes de la milicia celeste, a quienes se recuerda en algunos episodios de la Sagrada Escritura:

Miguel, que significa "¿Quién como Dios?", viene presentado en el Apocalipsis (12, 7) en acto de combatir las potencias infernales;

Gabriel, que significa "Fortaleza de Dios", es enviado a la Virgen María para anunciarle su vocación a ser corredentora de la humanidad;

Rafael, que significa "Medicina de Dios", es enviado por el Señor a Tobías —según la narración bíblica— para curarlo de la ceguera.

La liturgia nos invita a sentir cercanos, como amigos y protectores ante Dios, a estos tres Arcángeles y a nuestro Ángel custodio. Que ellos nos protejan y nos guíen en el camino de la vida cristiana.

JUAN PABLO II

ÁNGELUS
Domingo 29 de septiembre de 1985

viernes, 25 de septiembre de 2009

Contemplar a Cristo con María


La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable.

El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: « Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51).


CARTA APOSTÓLICA

ROSARIUM VIRGINIS MARIAE

viernes, 18 de septiembre de 2009

Descubrir a Cristo es la aventura más bella de toda nuestra vida


¿Has descubierto ya a Cristo, que es la vida?

Cada uno de vosotros desea ardientemente vivir su propia vida en toda plenitud. Vivís animados por grandes esperanzas y muy buenos proyectos para el futuro.

No olvidéis, sin embargo, que la verdadera plenitud de la vida se encuentra sólo en Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Solamente Cristo puede llenar, hasta el fondo, el espacio del corazón humano. Sólo El da el valor y la alegría de vivir, y esto a pesar de los límites u obstáculos externos.

Sí, descubrir a Cristo es la aventura más bella de toda nuestra vida.

Pero no es suficiente descubrirlo una sola vez. Cada vez que se descubre, se recibe un llamamiento a buscarle más aún, y a conocerle mejor a través de la oración, la participación en los sacramentos, la meditación de su Palabra, la catequesis y la escucha de las enseñanzas de la Iglesia. Esta es nuestra tarea más importante, como lo comprendió tan bien San Pablo cuando escribió: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21).

lunes, 14 de septiembre de 2009

¡ Recibid el Espíritu Santo y sed fuertes en la Fe!


El Espíritu Santo, verdadero protagonista de nuestra filiación divina, nos ha regenerado a una vida nueva en las aguas del bautismo. Desde ese momento él "se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rm 8, 16).

¿Qué implica, en la vida del cristiano, ser hijo de Dios? San Pablo escribe: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rm 8, 14). Ser hijos de Dios significa, pues, acoger al Espíritu Santo, dejarse guiar por él, estar abiertos a su acción en nuestra historia personal y en la historia del mundo.

A todos vosotros, jóvenes, con ocasión de esta Jornada mundial de la Juventud, os digo: ¡Recibid el Espíritu Santo y sed fuertes en la fe! "Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad" (2 Tm 1, 7).

"Habéis recibido un espíritu de hijos...". Los hijos de Dios, es decir, los hombres renacidos en el bautismo y fortalecidos en la confirmación, son los primeros constructores de una nueva civilización, la civilización de la verdad y del amor: son la luz del mundo y la sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16).

MENSAJE DE JUAN PABLO II A LOS JOVENES EN LA VI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

viernes, 11 de septiembre de 2009

"¡No tengas miedo!"


En mi espíritu conviven en estos momentos dos sentimientos opuestos. Por una parte, un sentimiento de incapacidad y de turbación humana por la responsabilidad con respecto a la Iglesia universal, como Sucesor del apóstol Pedro en esta Sede de Roma, que ayer me fue confiada. Por otra, siento viva en mí una profunda gratitud a Dios, que, como cantamos en la sagrada liturgia, no abandona nunca a su rebaño, sino que lo conduce a través de las vicisitudes de los tiempos, bajo la guía de los que él mismo ha escogido como vicarios de su Hijo y ha constituido pastores.

Amadísimos hermanos, esta íntima gratitud por el don de la misericordia divina prevalece en mi corazón, a pesar de todo. Y lo considero como una gracia especial que me ha obtenido mi venerado predecesor Juan Pablo II. Me parece sentir su mano fuerte que estrecha la mía; me parece ver sus ojos sonrientes y escuchar sus palabras, dirigidas en este momento particularmente a mí: "¡No tengas miedo!".

PRIMER MENSAJE DE BENEDICTO XVI AL FINAL DE LA CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS CARDENALES ELECTORES EN LA CAPILLA SIXTINA
Miércoles 20 de abril de 2005

martes, 8 de septiembre de 2009

"¡Id también vosotros a mi viña!"


«Salió luego hacia las nueve de la mañana, vio otros que estaban en la plaza desocupados y les dijo: "Id también vosotros a mi viña"» (Mt 20, 3-4).

El llamamiento del Señor Jesús «Id también vosotros a mi viña» no cesa de resonar en el curso de la historia desde aquel lejano día: se dirige a cada hombre que viene a este mundo.


EXHORTACIÓN APOSTÓLICA CHRISTIFIDELES LAICI

martes, 1 de septiembre de 2009

El matrimonio de María y José


Para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José.

De aquí se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. «¿Por qué —se pregunta san Agustín— no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? (...) La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo».

El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: «A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne».

En este matrimonio no faltaron los requisitos necesarios para su constitución: «En los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio».

De la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
REDEMPTORIS CUSTOS