martes, 28 de septiembre de 2010

La nueva alianza comienza con María


El cumplimiento de esta promesa de una nueva alianza comienza con María. La Anunciación es la primera manifestación de este inicio, pues en ese momento la Virgen de Nazaret responde con la obediencia de la fe al designio eterno de la salvación del hombre mediante la encarnación del Verbo: la encarnación del Hijo de Dios significa el cumplimiento de los anuncios mesiánicos y, al mismo tiempo, el amanecer de la Iglesia como nuevo pueblo de la nueva alianza.

María es consciente de la dimensión mesiánica del anuncio que recibe y del sí con que responde. Parece que el evangelista Lucas quiere poner de relieve esta dimensión, con la detallada descripción del diálogo entre el Ángel y la Virgen, y más tarde con la formulación del Magnificat.

El diálogo y el cántico ponen de manifiesto la humildad de María y la intensidad con que también ella vivió en su espíritu la espera del cumplimiento de la promesa mesiánica hecha a Israel. Resuenan en su corazón las palabras de los profetas sobre la alianza nupcial de Dios con el pueblo elegido, recogidas y meditadas en su corazón en esos momentos decisivos, que nos refiere san Lucas. Ella misma deseaba encarnar en sí la imagen de la esposa completamente fiel y plenamente entregada al Espíritu divino y, por eso, se convierte en el comienzo del nuevo Israel, es decir, del pueblo querido por el Dios de la alianza en su corazón de esposo. María no usa, ni en el diálogo ni en el cántico, términos de la analogía nupcial, pero hace mucho más: confirma y consolida una consagración que ya está viviendo y que resulta su condición habitual de vida. En efecto, replica al Ángel de la anunciación: «No conozco varón» (Lc 1, 34). Es como si dijera: soy virgen consagrada a Dios y no quiero abandonar a este Esposo, porque creo que no lo quiere él, tan celoso de Israel, tan severo con quien lo ha traicionado, tan insistente en su misericordiosa llamada a la reconciliación.

martes, 21 de septiembre de 2010

Quiso Dios dejar al hombre en manos de su propio albedrío


Citando las palabras del Eclesiástico, el concilio Vaticano II explica así la «verdadera libertad» que en el hombre es «signo eminente de la imagen divina»:

«Quiso Dios "dejar al hombre en manos de su propio albedrío", de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente a la plena y feliz perfección».

Estas palabras indican la maravillosa profundidad de la participación en la soberanía divina, a la que el hombre ha sido llamado; indican que la soberanía del hombre se extiende, en cierto modo, sobre el hombre mismo. Éste es un aspecto puesto de relieve constantemente en la reflexión teológica sobre la libertad humana, interpretada en los términos de una forma de realeza.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

¡Qué importante es el niño para Jesús!


¡Qué importante es el niño para Jesús! Se podría afirmar desde luego que el Evangelio está profundamente impregnado de la verdad sobre el niño. Incluso podría ser leído en su conjunto como el «Evangelio del niño».

En efecto, ¿qué quiere decir: «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos»?

¿Acaso no pone Jesús al niño como modelo incluso para los adultos?

En el niño hay algo que nunca puede faltar a quien quiere entrar en el Reino de los cielos. Al cielo van los que son sencillos como los niños, los que como ellos están llenos de entrega confiada y son ricos de bondad y puros. Sólo éstos pueden encontrar en Dios un Padre y llegar a ser, a su vez, gracias a Jesús, hijos de Dios.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La deuda de la humanidad con las mujeres


Ciertamente, es la hora de mirar con la valentía de la memoria, y reconociendo sinceramente las responsabilidades, la larga historia de la humanidad, a la que las mujeres han contribuido no menos que los hombres, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante más adversas.

Pienso, en particular, en las mujeres que han amado la cultura y el arte, y se han dedicado a ello partiendo con desventaja, excluidas a menudo de una educación igual, expuestas a la infravaloración, al desconocimiento e incluso al despojo de su aportación intelectual.

Por desgracia, de la múltiple actividad de las mujeres en la historia ha quedado muy poco que se pueda recuperar con los instrumentos de la historiografía científica. Por suerte, aunque el tiempo haya enterrado sus huellas documentales, sin embargo se percibe su influjo benéfico en la linfa vital que conforma el ser de las generaciones que se han sucedido hasta nosotros. Respecto a esta grande e inmensa «tradición» femenina, la humanidad tiene una deuda incalculable.

¡Cuántas mujeres han sido y son todavía más tenidas en cuenta por su aspecto físico que por su competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, riqueza de su sensibilidad y en definitiva por la dignidad misma de su ser!